José María Sánchez Carrión

Dr. Ingeniero Naval

Socio de Honor de la Asociación de Ingenieros Navales

Académico de número de la Real Academia de la Mar

Presidente de la Fundación ingeniero Jorge Juan

 

17 Diciembre 2018 - Post nº 16

 

Terminada de ubicar y medir la base de Yaruquí con la colocación a cada lado de dos piedras de molino situadas en los extremos de cada base, La Condamine planteó la necesidad de erigir sendos monumentos sencillos, uno a cada extremo para sustituir dichas piedras, que sirvieran para perpetuar la hazaña realizada. Es verdad que la ubicación de las bases podría resultar útil en un futuro para nuevas investigaciones.

 

La verdad es qui ni Bouguer ni Godin estaba tan obsesionados como La Condamine en su afán de perpetuidad. Por otro lado, los españoles no plantearon inconvenientes[1].

 

Con este cuasi consenso La Codamine toma el mando de la erección del monumento[2], pero las prisas para empezar los trabajos de triangulación quedan, supuestamente, olvidadas excepto para La Condamine que había traído una lápida desde París.

 

No se debe criticar en exceso la actitud, al parecer arrogante, de La Condamine, porque en el siglo XVIII era práctica normal inmortalizar los acontecimientos, tal como lo es ahora: no solo entre los científicos o políticos, guerreros o deportivos, es frecuente construir y erigir placas o monumentos conmemorativos para proclamar ciertos hechos o personas relevantes.

 

En algunas exploraciones científicas se erigía más de un monumento de cada uno de los hitos más importantes. En este caso se erigieron, además de las de Yaruquí: un dibujo de dos cuadrantes solares en la plaza principal de Portobelo que realizara Bouguer, una placa que La Condamine grabó en Manta para perpetuar su paso por la línea del Ecuador, la colocada en el colegio de los jesuitas o la de Cuenca como lugares de alojamiento, o la que se pensó instalaría en la llanura de Tarqui[3] para inmortalizar la terminación de las observaciones.

 

También era normal que los expedicionarios, juntos o separados, escribiesen sus memorias, no para relatar lo sucedido, sino para reescribir una historia en la que el autor, no solo quedaba bien, sino que atacaba a sus colegas. En la expedición al Virreinato del Perú, hoy terrenos pertenecientes a la República de Ecuador, y en particular en el incidente de las pirámides de Yaruquí en 1751 sirven como soporte de las tendenciosas memorias de La Condamine.

 

Los tres franceses, conscientes de que su hazaña podría ser olvidada, una vez que la expedición polar de Maupertius había resuelto el enigma de la forma de la Tierra, se esforzaron mediante avalanchas de textos, memorias o contestaciones para revestir su importancia, de tal forma que ha llegado a ser realmente la misión que descubrió la forma de la tierra[4] y que es recordada como la misión geodésica francesa en todo el mundo, excepto en España donde damos mucha importancia a la participación de Juan y Ulloa.

 

Para los españoles, los enfrentamientos ocurridos por las pirámides de Yaruquí supusieron un momento decisivo para afianzar nuestra ilustración científica frente a la supremacía de Francia. La Condamine pensaba que la monarquía española era, a pesar de ser francesa, arbitraria, despótica y una nación atrasada e inculta en lo que se refería a conocimientos matemáticos y científicos.

 

Es posible que estas críticas llegadas a España incentivaran un proceso de renovación de la enseñanza superior y para ello debían resaltar la participación española, rehabilitando el legado de la expedición y mostrando el orgullo nacional, tanto por haber participado activamente y de forma relevante como por el hecho de ser españoles los territorios donde se realizó.  Sin embargo, posteriormente en las Colonias los movimientos emancipadores antiespañoles y la lucha por consolidar los dos nuevos países (Ecuador y Perú), hicieron que se ensalzase la participación francesa.

 

En los últimos meses de 1740 los tres franceses[5] acuerdan, sin demasiado entusiasmo de Bouguer y Godin, solicitar la autorización para erigir el mencionado monumento. Así, el 2 de diciembre de 1740, La Condamine acude a la Audiencia, ejerciendo como jefe de la expedición, a solicitarla como sencillo monumento de adobe y estilo rural quiteño, a fin de perpetuar en el recuerdo colectivo los esfuerzos y el honor de los académicos de la Real Academia de Ciencias de París.

 

La Audiencia, sin demasiado entusiasmo, concede permiso para la construcción de dos pirámides de forma tetraédrica, a fin de orientar sus caras a los puntos cardinales y en el Plano de perfil, elevación e inscripciones de las dos pirámides (boreal y austral) de Carabourou y Oyambaro, en la llanura de Yaruqui[6].

 

El cubo que formaba la base de cada pirámide, de unos cinco o seis pies de altura, soportaba un prisma tetraédrico de unos diez pies. La cúspide se adornaba con dos flores de lis labradas en piedra, mientras que en una de las caras, a corta distancia del suelo, se instalaría una lápida en latín.  

 

Cuando Juan y Ulloa llegaron de sus comisiones con el Virrey quedaron sorprendidos por la celeridad con que las habían realizado sin esperar a conocer sus opiniones.

 

Esta sorpresa mutó en cólera y rechazo cuando leyeron el texto de la inscripción, que, según Juan, suponía un menosprecio a la Corona, a su trabajo y responsabilidad, al aparecer sus nombres en caracteres más pequeños. Se inicia así la mayor tormenta dialéctica entre los expedicionarios, como si no tuviesen bastante con las que tenían que soportar en aquellas altitudes andinas.

 

El 26 de septiembre de 1741 Jorge Juan y Antonio de Ulloa solicitan a la Audiencia de Quito que las pirámides sean destruidas, o al menos no se autorice la colocación de la lápida en la forma presentada por las razones mencionadas. El procedimiento que se abre en 1741 acaba finalmente con una sentencia en 1747.

 

La Condamine intenta negociar la inscripción propuesta, pero Juan sique insistiendo en que la importancia de la Corona española y de su trabajo sea reconocida esculpiendo los nombres de los Monarcas del mismo tamaño que los de los franceses. Pero entre el 2 de diciembre que escribe La Condomine y el 26 de septiembre del siguiente, la maquinaria de la justicia y el proceso se ha movido entre Quito, Lima y Madrid y al final el Consejo de Indias tomará una decisión. Había tardado tiempo, pero la había tomado.

 

En este proceso subyacen la salvaguardia de tres tipos de honores: el de la Corona española y Felipe V, el de la capacidad técnica de Jorge Juan y Antonio Ulloa y el de la importancia de su participación. El expediente[7] de pleito judicial se prolonga durante diez meses, entre septiembre de 1741 y julio de 1742, y contiene ciento cincuenta folios de apretada letra, transcribiendo más de cincuenta documentos, fechados entre octubre y diciembre de 1741. La sentencia del Consejo de Indias, tras el preceptivo dictamen del fiscal, tiene lugar en abril de 1742 y la ejecución de la sentencia se realiza el 28 de octubre de 1747.

 

En los expedientes se incluyen las declaraciones y representaciones de La Condamine, Bouguer, Godin, Juan y Ulloa. El primero se erige como defensor de la honorabilidad de los académicos y de sus prerrogativas francesas, a pesar de la pasividad de sus compañeros y la franca oposición de nuestros oficiales.

 

La Condamine desarrolla un relato coherente, tanto en la fase preliminar del proceso como en sus respuestas a las intervenciones de Juan,para evidenciar la supremacía francesa, su menosprecio al nivel de conocimiento técnico de los españoles, minimizar su participación y ridiculizar la exigencia de participar en las deliberaciones al mismo nivel que los franceses.

 

La Condamine rechaza que los nombres de Juan y Ulloa pudieran ser esculpidos con el mismo nivel que los franceses[8] y se entiende que Juan apele a las autoridades coloniales para hacer valer su merecido reconocimiento a la labor realizada. Además, consideraban improcedente la aparente importancia por el tamaño de las letras a la supremacía de Luis XVI frente a Felipe V.

 

 Los escritos de denuncia van firmados por los dos y con la cabecera de Don Jorge Juan de la Orden de San Juan, comendador de Aliaga en el mismo orden, y don Antonio de Ulloa, tenientes de navío de la Real Armada de S.M”[9] desgranan sus considerandos

“los (..) franceses ejecutaron su viaje (..) a expensa de su soberano, del mismo modo de estos suplicantes como tales académicos españoles a las de vuestra real persona”[10].

  • (no debe poner) dicha inscripción a menos quede consentimiento de los académicos atendida la mayor para de los votos, (y en nuestra presencia como se había acordado previamente) nos excluya de este acto como a tales académicos españoles”.

A estos considerandos La Condomine se defiende de esas posibles ofensas infligidas contra la Corona y, como en todo proceso judicial, presenta su reconversión alegando nuevos aspectos, lo que evidencia la necesidad de que la Audiencia de Quito debe pronunciarse de los siguientes interrogantes ante el Consejo de Indias, antes de que emita su sentencia:

  • ¿Si la autorización y costes asumidos por la monarquía española eran más o menos relevantes en comparación de los asumidos por Francia?
  • ¿Si las Reales Academias de ciencias no eran las únicas instituciones social, profesional y administrativamente legitimadas para validar un conocimiento científico para que pudiera tener reconocimiento internacional[11]?
  • Si las Academias Reales son las únicas instituciones para conseguir una homologación internacional ¿no sería lógico pensar que fuesen académicos los únicos autorizados a validarlos?
  • Si los españoles habían sido comisionados por la corona española según las RROO de 14 y 20 de agosto de 1734 para “que acompañasen y ayudasen[12] (..) en todas las operaciones (..) no sólo para que así pudiesen hacerse con mayor facilidad y brevedad, sino también para que pudiesen suplir la falta de cualquier académico, o de todos (..) y aún hacer enteramente ellos solos, en caso necesario, la medida proyectada, para dar cuenta de ella a la Academia Real[13]¿Habría que considerarlos ayudantes o pares de los académicos?
  • Si se les consideraban ayudantes ¿por qué tener que esperar sus opiniones en aspectos de la propia expedición?
  • Si se les consideraban pares ¿existía realmente una Academia Real española? Si no existe ¿Por qué comparar una Francia, escenario central de la ciencia ilustrada, con una España que con sus colonias carece del necesario conocimiento científico para, ni tan siquiera, construir los instrumentos?
  • Para Juan la presencia, dedicación y empeño en los trabajos, más allá de la formalidad académica, no se diferenciaron a los de los franceses ¿entonces por qué considerarla subalterna?

 “En otras palabras, la mención de Ulloa y Juan en la placa era materia, no de justicia, sino de cortesía; su participación en las mediciones era un acto gratuito cuyos resultados no necesariamente tendrían que sobrevivir a su memoria. Juan tendrá que afrontar por primera vez y de modo descarnado los debates que definen la producción científica en su época”[14]

 

Lo que enfrenta personalmente a Juan y La Condamine[15] en tierras quiteñas a raíz del proceso de las pirámides, no es solo el tamaño del tratamiento dado a españoles o franceses o si unas letras tienen mayor o menor tamaño, sino el prestigio nacional y la supremacía de Francia sobre una España más atrasada y sin base científica ilustrada. Para La Condamine, aceptada esa premisa, la pretensión de que los nombres de los participantes fuesen iguales estaría fuera de lugar.

 

El único académico que defendía las pretensiones españolas era Godin.  Bouguer mantenía una posición ambigua, ya que afirmaba que con los españoles habían compartido trabajos, privaciones y labores correspondientes, al mismo tiempo que atacaba al joven e inteligente oficial [16](Juan) por no incluir ciertos cálculos matemáticos en su metodología o por emplear sólo seis decimales en sus operaciones logarítmicas.

 

En la ilustración del XVIII donde su protagonismo no dejó de crecer y nada definía mejor la actividad científica que el conocimiento minucioso del instrumental y sus efectos (que) la observación mediante instrumentos fueron el primer medio para establecer conexiones entre valores sociales y valores cognitivos. Cada vez que alguien tomaba un anteojo, un reloj o un termómetro no solo experimentaba con la naturaleza, sino también con la cultura[17] lo que justificaría el distinto tratamiento tanto a las coronas como a los expedicionarios.

 

Juan y Ulloa no solo tratan de conseguir un reconocimiento por su saber y su trabajo, sino que apelan al perjuicio que las lápidas suponen para el honor del Rey y de la Nación española. Y emplean en ello sus conocimientos iniciales o adquiridos, su dedicación, trabajo o su contribución al resultado de la expedición.

 

A lo largo del proceso La Condamine, con el supuesto acuerdo explícito de Bouguer e implícito de Godin[18], rechaza el derecho de Juan y Ulloa de participar en las deliberaciones y menos vetar acuerdos. La base de su argumental es que de haber existido la obligación de compartir responsabilidades y méritos de los expedicionarios, es decir, realizar los trabajos conjuntamente, debería haber estado mencionada en la R.O del 7 de octubre de 1741, cosa que no ocurrió y  “si se hubiera expresado tal condición – dice La Condomine -  hubiera deliberado la Academia de las Ciencias si le convenía admitir la licencia con este cargo y compartir con otros la gloria de una obra que se hizo propia de la Academia con asenso de todas las naciones de Europa desde setenta años a esta parte” [19].

 

En cuanto a la inclusión de los nombres de Juan y Ulloa dice La Condamine que no existe ningún expediente que requiriese sus nombres en el letrero y, como su inclusión era simplemente de cortesía, propuso eliminarlos, aunque reconocía que era una afrenta mayor, algo así como si unos soldados de un batallón requiriesen ser nombrados con los oficiales. Nuria Valverde al trascribir el alegato de La Condamine señala[20]:

en otras palabras, la mención de Ulloa y Juan en la placa era materia no de justicia, sino de cortesía; su participación en las mediciones era un acto gratuito cuyos resultados no necesariamente tendrían que sobrevivir a la memoria. Juan tendrá que afrontar por primear vez y de modo descarnado los debates que definen la producción científica de la época[21]

 

La Condamine, con evidente vehemencia, considera insultante comparar la Academia de Guardiamarinas, dónde se enseña náutica, esgrima y equitación, con la Real Academia de Ciencias de París; y lo hace a través de un corrosivo e irónico razonamiento que dice: confieso que no hice reflexión sobre el nuevo título de los oficiales que tanto tiempo nos había ocultado la modestia de los oficiales (..), el no haber visto sus nombres en la lista de los académicos españoles (..) que es la única academia real de que se tenga noticia en Europa que exista hoy en España, aunque no ignoro qué vulgarmente, aunque con impropiedad y diverso sentido, se llama con el mismo nombre la escuela de guardiamarinas de Cádiz.

 

Más allá de las diferencias personales, para La Condamine es esencial marcar distancias entre la consolidada y reconocida ciencia francesa y la española, apenas incipiente, y dedica mucho empeño en demostrarlo, instrumentación de la práctica científica o la experiencia en la fabricación de instrumental[22] para que los nuevos desarrollos naturales pudieran ser calibrados entre otros. El hecho de que se adoptase la unidad de medida francesa, toesa, frente a la española, codos de Burgos, fue esgrimido posteriormente por La Condamine como ejemplo de la superioridad técnica e ilustrada de Francia frente a España.

 

A pesar de todo lo que había porfiado La Condamine contra los españoles, ya en Francia, después de su viaje por el Ecuador, propuso en 1746 el ingreso de Jorge Juan en dicha Academia de Ciencias de París como socio correspondiente[23]; más tarde expresó en 1750, refiriéndose a la exactitud de valor obtenido por los alféreces de navío en sus mediciones, a  pesar de estar basadas en principios distintos a los suyos y medidos con instrumentos diferentes[24] obtienen en la medida una diferencia de solo 18 toesas más que el suyo[25].  El valor de Jorge Juan de 55.770 fue el más cercano a la realidad.

 

Según Federico González Giménez, en su Historia General de la República del Ecuador, el 26 de julio de 1746 el Consejo de Indias expidió una cédula por la que ordenaba terminantemente que las pirámides fueran demolidas y posteriormente, el 17 de octubre, la modificó en el sentido de ordenar que solamente se borrase la inscripción. La orden llegó a Quito un año después y el Alguacil mayor destruyó la inscripción con una piqueta el 28 de octubre de 1747. El autor ecuatoriano con un dolor patriótico señala:

redactó un acta y dejó las dos pirámides medio destruídas: la flor de lis, que coronaba la cúspide, fue arrojada al suelo, se escrudiñó el centro de la fábrica y se extrajo el botecillo, que con tanta precaución y secreto, había depositado La Condamine en cada una de las pirámides: dentro del botecillo una lámina de plata, en las cual estaba burilada la misma inscripción, que acababa de borrarse de la lápida: las coronas de bronce habían desaparecido anteriormente, meced a la rapacidad de los campesinos de la comarca. Las lluvias, la intemperie, el total abandono consumaron en pocos años la ruina de las pirámides, que con tanto afán, había levanto la ciencia: un pundonor nacional descontentadizo disputó, por esta ocasión, a la barbarie el triste mérito de destruir lo que la civilización había edificado”.

 

La corona española rectificó y quiso reparar el daño y mandó componer una nueva inscripción que, aunque compuesta, no fue colocada y las pirámides se fueron desmoronando poco a poco, las inclemencias del tiempo o el trabajo de los lugareños deshicieron los escombros y los materiales fueron reutilizados, las piedras redondas removidas y las señales de la base desparecieron.

 

Si volvemos a los orígenes del procedimiento por estos incidentes fue uno de los que tuvo relevancia porque cuestionaba el papel desempeñado por Juan y Ulloa, y en su defensa, el 24 de septiembre de 1741[26] destaca especialmente la autotitulación como académicos españoles y se equiparaban con los franceses, motivo suficiente para que La Condamine volcase en su contestación toda la carga de sañuda causticidad de que era capaz[27]

 


[1] Tal vez Juan y Ulloa pecaron de buena voluntad al aprobarlos sin conocer los textos de las lápidas conmemorativas. Con la experiencia del protagonismo de La Condamine en Manta esculpiendo la lápida pudieron haber tenido algún reparo en una aprobación como un cheque en blanco.

[2] Incluyendo los complicados trabajos administrativos, construirlas y grabar en ellas, principalmente, el número de toesas que constituía la longitud de la base.

[3] En Tarqui, en 2013 y como recuerdo a la batalla del mismo nombre que inicio la independencia del Ecuador fue instalada una pirámide esculpida en mármol blanco.

[4] Raúl Hernández Asensio, El matemático impaciente. La Condamine, Las pirámides de Quito y la Ciencia Ilustrada, 1740-1752.

[5] Jorge Juan y Antonio Ulloa estaban participando en comisiones encargadas por el Virrey.

[6] AGI, Quito 374.

[7] AGI, Quito 374, p. 432. (Julio T. Guillen, Op. Cit).

[8] La verdad es que es insultante, no solo el tamaño de la letra sino su redacción.

[9] Al igual que ocurriera con el Proceso a Juan y Ulloa se describe en el post 13, tampoco el asunto de las pirámides de Yaruqui se mencionan en la “Breve Notizia de la vida…” escrita por su secretario, Miguel Sanz.

[10] No hay ningún fundamento legal para que se consideren investidos como académicos españoles. Loa franceses son miembros de la Academia de Ciencias de París y los españoles egresados de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz. Otra cosa es la comparación entre conocimientos científicos de los expedicionarios.

[11] Este razonamiento discutido por Jorge Juan vehementemente, debió ser que el origen del anhelo de que España tuviera una Real Academia de Ciencias, objetivo que ensayó en Asamblea Amistosa Literaria gaditana.

[12] La discusión del texto está mencionada en el Post 11 (I).

[13] Felipe V está reconociendo como institución avaladora a la Royal Academie.

[14] Nuria Valderde: Un mundo en equilibrio.

[15] Debe entenderse Juan y Ulloa contra Bouguer, La Condamine y Godin.

[16] Larrie D. Ferreiro, Cuando la ingeniería naval bajó de las montañas.

[17] Nuria Valverde, los mundos de la ciencia en la ilustración española.

[18] La realidad fue Godin se desmarcó de sus compatriotas y llegó a proponer un texto alternativo, más favorable a los intereses de los oficiales españoles.

[19] AGI, Quito 374, p. 432. (Julio T. Guillen, Op. Cit).

[20] Ya en París La Condamine felicitará a Jorge Juan por sus mediciones, que las pone al nivel de las de los académicos franceses, motivo por el que suplica sea admitido como académico. Propuesta que se acepta.

[21] Un mundo en equilibro, Op. Cit.

[22] De hecho, La Condamine recuerda que Juan y Ulloa tuvieron que utilizar las herramientas de los franceses o compradas en Francia, ya que al llegar a Cartagena de Indias utilizaron unos instrumentos que conservaba un hijo de Juan Herrera.

[23] Hay que señalar que Jorge Juan ya era Fellow de la Royal Society of London. En el documento de recomendación para su ingreso en la Royal Society se lee: Don Jorge Juan of Madrid, now residing in London, a Gentleman well versed in Mathematical and Philosophical Learning, and one of those Gentlemen sent by the King of Spain to measure a degree of the Meridian at the equator, in order to determine the figure of the Earth, being desirous of being Elected into the Royal Society, is recommended by us as deserving that Honour, as we hope he will be (,,,) valuable member of our body.

[24] Además, los midieron en un arco diferente al suyo.

[25] Julio Guillen Tato, los tenientes de navío., Op. cit.

[26] AGI, Quito, leg 374, pag 5-7 y 11-20.

[27] Amadeo Sala Cola; La labor académica de Jorge Juan. Director de centros de enseñanza y autor.

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