Si hablásemos como el ecuatoriano Federico González Suárez diríamos que en tiempos de La Colonia, bajo el gobierno de los reyes de España y en la presidencia de Dioniso Alsedo, las provincias de la Audiencia de Quito se encontraban inmersas en una pobreza y miseria casi irremediables. La mayor parte de la propiedad territorial estaba en manos de las comunidades religiosas (principalmente jesuitas) y de propietarios seculares, aunque eran pequeñas comparadas con las de los religiosos. De los cuatrocientos establecimientos que llegó a tener, en 1724 apenas quedaban unos sesenta. De las escasas rentas que se obtenían había que enviar 42.375 pesos a Cartagena y Santa Marta para el sostén de la guarnición militar. Los precios de las casas y establecimientos sufrieron una, diríamos hoy, burbuja inmobiliaria y bajaron su precio más del cincuenta por ciento y aun así no se realizaban operaciones inmobiliarias[1]...

La Condamine y Bouguer tenían intención de ver el eclipse de luna y por esa razón el San Cristóbal el 18 de marzo largó ancla en la desembocadura del río Tumbez, donde quedó fondeada hasta el 20. Los académicos no pudieron observar el eclipse como tampoco pudieron en Puná.

 

Después de este segundo intento, el San Cristóbal continuó la travesía hasta fondear en el Puerto del Caracol el 26 de marzo por la noche. Allí quedó hasta el 11 de mayo y, aunque el tráfico estaba suspendido a causa del mal tiempo para subir la Cordillera, aprovecharon para desembarcar los equipajes y poderlos reubicar para poderse transportar en mulas...

Una vez que José Mendoza y Sotomayor, marqués de Villagarcía, de Monroy y Cusano, llegó a Cádiz[1] embarcó en una expedición fondeada en Rota que levó anclas el 28 de mayo de 1736 y lo hizo con destino final en Lima. En ella viajaban con destino final en Cartagena de Indias.

 

Juan en el navío Conquistador (llevando en su faldiquera 1.500 pesos prestados por tío Cipriano Juan, a través de una deuda al Cónsul de la Orden en Cádiz, Luis Rovín) junto al Virrey y al Obispo de Popayán; y Ulloa en la fragata Incendio y, aunque llevaban instrumentos, no eran todos los necesarios, ya que faltaba un envío que tendría que haber llegado de Francia...

Obviamos contar la evolución de las teorías sobre la forma de la tierra, desde  el planteamiento filosófico de Pitágoras a Newton en su Principia Mathematica[1] a las teorías de Descartes,  ni las mediciones de Jean Ritcher que en 1672 demostró que la distancia entre los meridianos cambiaba con la latitud, ni por supuesto, las discusiones que estos planteamientos produjeron hasta que los miembros de la Academie de Sciencie[2] de París decidieron, en diciembre de 1733, realizar dos expediciones geodésicas, una al Polo Norte (lo más cercano al polo) y la otra al Ecuador (Perú). Esta última se le conoce como “Expedición hispano francesa” y en la actual República del Ecuador llaman “Expedición de los Académicos franceses al Perú”[3]...

La vida de Jorge Juan marino y docente estuvo muy ligada a la academia de guardiamarinas, a la que llegó con dieciséis años con una “personalidad forjada, una formación exhaustiva y cierta experiencia de navegación”. Llega decidido a incorporarse a la armada para la que, al parecer, se estaba preparando desde los seis años.

 

Sobre sus conocimientos adquiridos en Malta he localizado tres referencias[1] de comentarios que Ulloa, pone en boca de Jorge Juan, posiblemente,  por no explicarse en la Academia de Guardiamarinas. En la primera explica cómo son las maderas de las balsas que ven en América[2]:

don Jorge Juan la ha visto en Malta, donde se cria, y no ha encontrado más diferencia entre ella, y la Balza o Pulcro, que el ser la “caña beja” (llamada también por los malteses “férula) mucho menos que aquel”...

Nos detendremos para analizar las razones de la creación de la Academia de guardiamarinas y las razones que hicieron en 1717 concebir una escuela de cadetes hijosdalgo con el fin de que:

 “una Compañía de juventud ilustre en mis reinos con el nombre de Guardias Marinas, y para su educación y enseñanza una Academia donde pudieran aprender las ciencias y las facultades matemáticas, (..) náutica, maniobra (..) y de la construcción naval, poniéndoles maestros capaces para su logro”[1] .

 

El penoso estado en el que se encontraba la marina española a finales del XVII impulsa con la nueva dinastía una profunda transformación...

En 1729, cuando el joven Jorge Juan llega a Cádiz para incorporarse a la armada, previo paso por la academia de guardiamarinas, tiene ya una “personalidad forjada, una formación exhaustiva y probamente con la experiencia marinera como muzzi”[1]. Personalidad, no obstante, que pule y agranda con el paso de los años.

 

Se va a secuenciar la evolución de su carácter a través de los años por comentarios que nos han dejado escritos algunos de sus contemporáneos.

 

En 1737 Jassieu, uno de los franceses que compartieron con Juan la comisión geodésica en el Perú, dice respecto a los participantes españoles[2] que “son dos caballeros amables de extremadamente dulces, muy sociables y que conocen muy bien las matemáticas”...

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