La fragata francesa Liz en la que viajaba Jorge Juan hizo ancla, a sin novedad, en Brest el 31 de octubre de 1745. Desde allí le pareció conveniente no perder esta ocasión de pasar a París[1] donde pudo, a pesar de una débil resistencia de La Condamine, acudir a las sesiones y participar en discusiones científicas de la Academia. Allí conoció a Cassini de Thiry, Marian, Clairaut, Reamur o Le Caille entre tantos otros famosos sabios y científicos.

En sus participaciones comunicó (.) a los de la Academia Real de las Ciencias sobre algunas particularidades concernientes (principalmente) a la Aberración de la Luz, y los efectos de esta notados en las estrellas fijas (como) se había observado en la provincia de Quito.

Por todo ello, en sesión de 22 de enero de 1746, días después de cumplir treinta y tres años, fue aceptado como miembro de la Academia de Ciencias en reconocimiento de elevada contribución al progreso de la Ciencia...

Durante la misión geodésica las cosas empezaron a salir mal casi inmediatamente. En algunos casos de forma espectacular. Por allí donde pasaban eran recibidos con profundísimo recelo por los funcionarios y nativos a quienes les resultaba difícil creer que un grupo de científicos hubiese recorrido medio mundo para medir el planeta. En Quito provocaron a los habitantes de la ciudad y una multitud armada con piedras les expulsó de allí. El médico de la expedición fue asesinado por un asunto de faldas. El botánico se volvió loco. Otros murieron de fiebres y caídas. Otro se fugó con una muchacha de trece años y no hubo modo de convencerle de que se reincorporase a la expedición.

 

Conviene, ahora, analizar las mediciones, observaciones y descubrimientos desde otro punto de vista. Algunos autores concluyen que la expedición supuso para Francia un triple fracaso tanto en lo científico y económico como en lo humano...

Terminada de ubicar y medir la base de Yaruquí con la colocación a cada lado de dos piedras de molino situadas en los extremos de cada base, La Condamine planteó la necesidad de erigir sendos monumentos sencillos, uno a cada extremo para sustituir dichas piedras, que sirvieran para perpetuar la hazaña realizada. Es verdad que la ubicación de las bases podría resultar útil en un futuro para nuevas investigaciones.

 

La verdad es qui ni Bouguer ni Godin estaba tan obsesionados como La Condamine en su afán de perpetuidad. Por otro lado, los españoles no plantearon inconvenientes.

 

Con este cuasi consenso La Codamine toma el mando de la erección del monumento, pero las prisas para empezar los trabajos de triangulación quedan, supuestamente, olvidadas excepto para La Condamine que había traído una lápida desde París...

Uno de los problemas que hubo que resolver entre los académicos y nuestros ilustrados tenientes de navío fue la adopción de la unidad de medida en la que se entregarían los resultados. Los franceses preferían la toesa de París, constante en toda Francia y los españoles, por el contrario, preferían la vara. La dificultad de la elección de la vara[1]  presentaba tres problemas adicionales: a) que su longitud no era constante, b) que dependía del valor del codo[2] y c) que este tenía una longitud diferente, por ejemplo.  La longitud de la vara castellana era de tres codos de Burgos.

 

Para La Condamine esa amalgama de unidades era un síntoma del retraso científico y académico en que se encontraba España y de su incipiente y tímida ilustración. Se acordó por tanto, que se realizarían en dos grupos y que los resultados se darían en toesas de Perú[3], previa construcción de dos nuevas toesas porque entendía que las grandes variaciones de temperaturas extremas, humedad y fuertes vientos desaconsejaban el empleo de la toesa de Chatelet...

Páginas